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jueves, 17 de febrero de 2011

La muerte en el Islam


Desde el momento de su muerte, el hombre entra en el más allá, una vida del más allá extraña y misteriosa. Es un vasto mundo complejo, lleno de secretos, sombras, colores e imágenes sin fin. Así que la muerte no equivale a ser reducido a la nada. Sólo es una etapa pasajera que lleva a otra vida, pasados la resurrección y el Juicio final. Esa vida eterna puede acontecer en el paraíso o en el infierno.
Aunque el Islam alienta al creyente a aceptar con fe y paciencia ese destino previsible y natural, la cultura escrita y oral, lo mismo que la literatura islámica, describe con todo detalle los males de la muerte. El profeta del Islam sintió esos males y dijo: «La muerte comporta embriagueces».
«La embriaguez de la muerte descubre la verdad: Ahí tienes eso de lo que te alejabas» (Corán 50,18).
El ángel de la muerte
Un ángel, en el Corán, es el encargado de esta misión: dar la muerte.
El nombre de ese ángel no está consignado en el Corán pero se encuentra muchas veces en la literatura islámica y en las interpretaciones del Corán, así como en los hadiz del profeta del Islam. Su nombre es Ezrael, un nombre con resonancia hebrea. Sin embargo, no es el único encargado de esa misión. Cuenta con colaboradores entre sus congéneres. Son los «mensajeros de Dios». El Corán los cita mucho.
Ezrael es un nombre propio de origen hebreo, aunque su raíz se encuentra en todas las lenguas semíticas en las que zr denota «la ayuda» y 7, el nombre del Señor.
El nombre de Ezrael no se encuentra en el Corán. Se le nombra por su función o su misión, malaku I mawt, el ángel de la muerte:
«Di: el Ángel de la muerte, a quien habéis sido confiados, os llamará, y luego seréis devueltos a vuestro Señor» (Corán 32,11).
Por el contrario, en el patrimonio y en los textos secundarios, el nombre de Ezrael se encuentra con frecuencia en numerosos pasajes e historias llenas de detalles, y a veces en los diálogos con personas en el momento de la muerte, en particular de profetas y santos.
«Cuando le llegue a uno de vosotros la hora de la muerte, nuestros enviados lo llamarán para conducirlo al Señor, porque ellos no son negligentes» (Corán 6, 61).
Estos ángeles o mensajeros dialogan con los muertos e interrogan a los infieles:
«[...] hasta el momento en que nuestros enviados vayan a llamarlos diciéndoles: "¿Dónde están aquéllos a quienes rogabais al margen de Dios?"» (Corán 7, 35).
Así reprochan a algunos su debilidad. Ellos se sometieron y no se rebelaron.
«Mientras los llevan, los ángeles dicen a quienes se hicieron daño a sí mismos: "¿En que situación os encontrabais?". Ellos les responden: "Éramos débiles en la tierra". Y los ángeles les replican: "¿No es la tierra de Dios lo suficientemente grande como para que os permitiese emigrar?"» (Corán 4, 99).
En el momento de la muerte, el creyente debe pronunciar la shahada, su propio testimonio, su profesión de fe: «Doy testimonio de que no hay más que un único Dios y que Mahoma es su profeta». Si el moribundo no pudiera pronunciarla, uno de los cercanos a él, de su familia o de sus amigos lo puede hacer en su lugar.
Las abluciones en la inhumación
Después de la muerte, se le deben hacer sus abluciones, luego lavarlo y vestirlo seguidamente con un vestido blanco inconsútil. Al mártir que muere en el campo de batalla no se le practican estos ritos. Se le entierra con su sangre, y vestido con la ropa con que recibió la muerte.
Hay que recordar a propósito de esto que la palabra «shahid», derivada de la misma raíz que shahada, tiene dos significados:
- testigo, asistente a un acontecimiento o signatario de un documento o acta. Lo que quiere decir, en general, «asistente» o «presente»;
- «mártir»; que participa del núcleo del primer significado porque él aporta su testimonio.
El Islam prefiere enterrar al muerto lo antes posible, tal vez a causa del clima caluroso de los países musulmanes. Esto se convirtió en tradición igual que la «oración por el muerto», oración de los «obsequios».
La tumba es un hoyo profundo. La cabeza del muerto se ha orientar a la Kaaba, qibla, la orientación de todos los musulmanes del mundo. Al muerto entonces se le echa encima tierra o arena. En este contexto, puede ser útil mencionar el versículo 31 de la azora 5 del Corán, que evoca a uno de los hijos de Adán, Caín, que después de haber matado su hermano Abel no sabía qué hacer con su cadáver:
«Dios envió un cuervo que se puso a escarbar la tierra para enseñarle cómo debía ocultar el cadáver de su hermano. Él exclamó: "¡Ay de mí! Es imposible que yo haga como este cuervo y oculte así el cadáver de mi hermano". Él se encontró entonces entre los que se arrepienten» (Corán 5, 34).
La tumba
Los ritos del entierro, especialmente en lo que concierne a la tumba, varían de una cultura a otra según la herencia cultural y tradicional de cada una de ellas.
En Egipto, por ejemplo, la tumba de los musulmanes, como la de los coptos, difiere de las de otros países, de Arabia Saudita, entre otros. Es una pieza construida encima de la tierra, con frecuencia bastante alta. Lleva una puerta de piedra o de hierro pintada a menudo de blanco, azul, marrón y amarillo. En la campiña egipcia se encuentran muchas veces tumbas piramidales parecidas a la pirámide de Saqqara con sus mastabas o plantas.
Los egipcios escriben el nombre del muerto y la fecha de su fallecimiento, y también versículos coránicos o versos poéticos que recuerdan la muerte o evocan más bien el paraíso -en el caso de los coptos, se escriben versículos evangélicos-. En la terraza se depositan tiestos de cactus, planta símbolo de la paciencia.
En cada pueblo o barrio, al menos en Egipto, existe un hombre, conocido y reconocido por su competencia en materia religiosa, en el Corán y en los principios fundamentales del Islam, que ordinariamente dirige la oración en grupo, jama a. A él se le confía públicamente una misión llamada talqin. Su significado es «instruir o hacer comprender a cualquiera una palabra para que él la repita».
Una vez cerrada la tumba, esa persona religiosa se levanta y recita una especie de oración y da unos consejos relativos al juicio de la tumba. Porque, nada más salir la gente del cementerio, dos ángeles se acercan al difunto y le interrogan, como aparece en un hadiz del profeta: «Nada más depositar al muerto en su tumba y abandonar la comitiva el cementerio, y estando el muerto incluso oyendo el ruido de sus pisadas, dos ángeles se le acercan. Le piden al difunto que se siente y le dicen: "¿Qué piensas tú de este hombre, Mahoma?". Él responde: "Testigo soy de que es el servidor y mensajero de Dios". Ellos le dicen: "¡Echa una mirada a tu lugar en el infierno! Dios lo ha cambiado por otro en el paraíso". Él los mira (los dos lugares). El descreído y el hipócrita dicen: "Yo no sé. Yo repetía lo que la gente decía". Le replican: "¡No sabes ni dices nada!". Le dan un golpe entonces entre las dos orejas con un pedazo de hierro. El difunto lanza un grito que todas las criaturas de su alrededor oyen, excepto los hombres y los djinns» (según Bujari 1328).
Para esto, entonces, esa persona religiosa hace su discurso al difunto: «Cuando los dos ángeles mensajeros se te acerquen, no temas. Son, como tú, criaturas de tu Señor. Cuando te interroguen a propósito de Dios y de su profeta, di tal o cual palabra...».
El Corán no evoca la vida en la tumba, ni detalla esa suerte de interrogatorio o de juicio que sigue. Pero los musulmanes sí parecen estar de acuerdo en la veracidad de esa etapa, puesto que el profeta habla de ella y, en la tradición escrita y sobre todo oral, se encuentran diversas escenas relativas a ella.
En esta tradición están los nombres de esos dos ángeles, Munkar y Nakir. Los detalles minuciosos y pavorosos relativos a los tormentos de la tumba constituyen el contenido de buena parte de la literatura islámica popular. Cantidad de poesías y de textos en prosa, en árabe literario y dialectal, llevan como título «El tormento de la tumba». Los lectores son, en general, muy aficionados a este género literario.








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