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sábado, 29 de septiembre de 2012

La senda



En los primeros siglos del Islam el compañerismo espiritual se fue transformando y aglutinado en organizaciones, que a veces contaban con un número considerable de adeptos. Al llamarlas tariqa, (pl. turuq o taraiq), «senda», se quiso destacar que, pese a su extensión, aspectos y múltiples funciones, seguían siendo un soporte más o menos necesario para seguir la Senda, la que conduce al servidor hasta su Señor. Por utilizar un símbolo evocado con frecuencia, la tariqa, como el radio que une un punto de la circunferencia con su centro, guía al creyente desde la práctica de la Ley (sharia) hacia el descubrimiento de su sentido real y superior, la haqiqa. Es sabido con qué fuerza e insistencia llama el Corán a seguir una senda hacia Allah, a combatir en la senda de Allah (fi sabil Allah). Ya en la primera sura del Corán, la Fatiha, el musulmán le pide a Allah que le guíe en el camino recto (as-sirat al-mustaqim), término que algunas veces es sustituido por tariq o tariqa (Corán 46:30, y 72:16).

Seguir la Senda es emprender un viaje iniciático cuyo arquetipo son las historias de Moisés (a.s.) y al-Jadir. Su colocación en medio del Corán, en la sura de la Caverna, le confiere una importancia especial. Esta sura, a lo largo de toda la historia del sufismo, inspiró siempre a los maestros, que encontraron en ella la ilustración del compromiso recíproco del maestro y el discípulo, de la relación sutil entre la Ley y la ciencia inspirada, y de las relaciones entre la wilâya (conocimiento íntimo de Allah) y la profecía. Esta historia, tal como la cuenta el Corán y la explicita la Sunna, suelen presentar a al-Jadir como el iniciador de los mayores shaijs, y concretamente de los fundadores de las órdenes sufis.

Cuando Moisés (Musa a.s.) dio muestras de ser el más sabio de los hombres, Allah le reveló: “Tengo un servidor en la Confluencia de los dos mares que es más sabio que tú”. Aquí empieza el relato coránico. Moisés (a.s.) parte en busca de este hombre y de su ciencia, en compañía de un joven (fata), Josué según la sunna. Éste lleva en su cesta un pez seco que tiene que volver a la vida en la Confluencia de los dos mares. Una vez allí, Moisés (a.s.) y su servidor se quedan dormidos sobre una roca sin saber que han llegado a su meta. Pero el servidor ve que el pez salta al mar, dejando la huella de su paso. Cuando Moisés (a.s.) despierta, se olvida de decírselo. Siguen su camino. Moisés (a.s.), cansado, le pide el pez para comer. Entonces el joven se acuerda y reconoce: “... me olvidé del pez; shaitan me hizo descuidar el pensar en él... y los dos volvieron sobre sus pasos” (al. 63-64).

Esta última parte del relato concierne tanto a Moisés (a.s.) como a su joven servidor, prototipo del discípulo. Para éste, la visión de la resurrección del pez simboliza el renacimiento espiritual y la entrada efectiva en la Senda, acompañada de signos prodigiosos (karamat). Los prodigios confirman al discípulo en su misión, pero no le libran de las argucias de Shaitan, contra el que no deja de luchar por el recuerdo de Allah (dhikr). También cabe destacar que confiesa enseguida su falta, atribuyéndosela sin ocultarle nada a su maestro. A partir de este momento ya no se hablará del joven. A1 seguir a su maestro, se ha extinguido en él.

Para Moisés (a.s.), este último viaje adquiere otro significado: su sueño en la roca debe conducirle a otro recuerdo. La fatiga y el hambre que siente le dejan en un estado de pobreza (faqr), principal cualidad del discípulo. La vuelta sobre sus pasos le predispone a entender el sentido de su propia vida, el relato profético por excelencia (qasas): este sentido le será revelado por mediación de al-Jadir, llamado «el Verdeante» porque la hierba vuelve a brotar bajo sus pies. Le vuelve a encontrar sobre esta roca, en la Fuente de la Vida. El Corán, más conciso que la sunna, no le nombra y le califica así: “Uno de nuestros servidores, a quien habíamos concedido la misericordia que procede de Nos y a quien habíamos enseñado la ciencia que reside en Nos» (al. 65). Servidumbre, misericordia y ciencia caracterizan, por tanto, al maestro perfecto. No actúa en su propio nombre, dispensa la misericordia de parte de Allah, aunque ésta se manifieste a veces en forma de castigo; su ciencia, por último, está inspirada directamente por Allah (`ilm ladunni).

Como maestro cabal, Moisés (a.s.) enuncia personalmente las condiciones del pacto entre maestro y discípulo: “¿Te seguiré para que me enseñes parte de la rectitud que te fue enseñada?» El discípulo tiene que seguir al maestro, lo mismo que los creyentes siguen al enviado (ittibaa). La ciencia que recibe en contrapartida no es otra que la experiencia directa de la Senda, gracias a la dirección espiritual del maestro (irshad). Pero al-Jadir previene a Moisés (a.s.) contra el peligro al que se expone el aspirante. Para empezar, la Ley no es la Senda: «¿Cómo podrás tener paciencia con aquello que no abarcas con la experiencia?» (al. 68). La sunns también le atribuye estas palabras: «Oh Moisés, yo he recibido de Allah una ciencia que Él me ha enseñado y que tú no conoces, y tú has recibido de Allah una ciencia que Allah te ha enseñado y que yo no conozco.» Indirectamente, al-Jadir explica ya el significado de la Confluencia de los dos mares por la que Moisés (a.s.) acaba de pasar de largo, sin darse cuenta. Este último, deseoso de adquirir la ciencia, promete paciencia y obediencia, otras dos cualidades esenciales del murid, denominación del discípulo. Entonces al-Jadir le impone otra condición: «Si me sigues, no me preguntes sobre cosa alguna hasta que yo provoque en ti su recuerdo (dhik)(al. 70). Esta aleya enuncia una regla fundamental de la iniciación: el shaij, con su acción sutil, prepara al discípulo para que encuentre en sí mismo y reciba de Allah la respuesta a sus preguntas, si tiene paciencia. Al-Jadir se lo demuestra a Moisés (a.s.).

        La paciencia de Moisés es sometida a tres pruebas, a cual más insoportable. Al-Jadir, invitado a bordo por los barqueros, hunde el barco. Encuentra a un muchacho y lo mata. Apuntala un muro que amenaza ruina, en una ciudad cuyos habitantes niegan su hospitalidad a los viajeros. Moisés (a.s.) se indigna, se escandaliza y se asombra, incapaz de mantener su compromiso. ¿Significa esto que ningún discípulo podrá responder nunca a las exigencias de su amo? Sin duda debe ser así para que el faqir sea consciente de su debilidad, del efecto producido en él por su maestro y, ante todo, del favor de Allah que recibe. A1 anunciar la separación, al-Jadir se limita a respetar la palabra de Moisés (a.s.), que le había dicho antes de la segunda prueba: “Si después de esto te pregunto algo, no me vuelvas a mirar como compañero” (al. 76). Moisés (a.s.) sabe que el hecho de infringir las normas del compañerismo (suhba) invalida su ventaja.

A1-Jadir le deja ahí, pero no sin darle una explicación de sus insólitos actos. A1 hundir el barco sin destruirlo, lo ha protegido de la rapacidad de un rey tiránico. El muchacho habría arrastrado a sus padres a la impiedad, mientras que ahora tendrán otro hijo de corazón puro. El muro apuntalado escondía un tesoro destinado a dos huérfanos cuyo padre era un hombre de noble espíritu. Del mismo modo, el alma tiene que dejarse sumergir en el océano de la gracia para poder llevar de nuevo al viajero; tiene que dejarse matar para purificarse; tiene que enderezarse para desvelar el tesoro oculto en ella. Los dos huérfanos podrían simbolizar el alma y el intelecto, cuando ya no reciben la influencia del Espíritu.

Estas tres historias reproducen el proceso de depuración del alma, uno de los aspectos del camino interior. Pero Moisés (a.s.), por su función, sólo podía juzgar con arreglo a la Ley: «Te anunciaré la interpretación final (taawill) de aquello con lo que no has tenido paciencia» (al. 78), le dice al-Jadir antes de explicar sus actos. El taawil designa en el Corán la interpretación de un acto, un sueño y el propio texto coránico en función de su desenlace final. Pues bien, al-Jadir no se limita a explicarle a Moisés (a.s.) el sentido de estas parábolas, también le sugiere que encuentre en sí mismo la gracia. ¿Acaso no presentan cierta analogía con el paso del mar Rojo, el homicidio del egipcio y el abrevamiento del rebaño de las hijas de Jetro? Sólo el periplo interior en pos de un maestro permite entender en su plenitud dentro de uno mismo el significado de la historia de la Ley.

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