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lunes, 15 de octubre de 2012

Hablando de fronteras y nacionalidades




Los estereotipos
Era la tarde de un día prematuro de primavera. Mi prima, una amiga suya que no había visto antes y yo estábamos sentadas esperando que nos sirvan la comida en un restaurante. Hablamos y nos reímos de esas pequeñeces que son buenas rellenando conversaciones. La amiga de mi prima empezó a hablar de sus otras amigas, mostrándole a mi prima algunas fotografías. Mi prima las miró mostrando sorpresa, y luego dijo cándidamente: “No sabía que tus amigas fueran unas golfas”. La joven muchacha quedo perpleja al escuchar el adjetivo ofensivo que mi prima utilizó para describir a sus amigas, entonces miro nuevamente hacia la fotografía recipiente del criticismo. Después de un momento su rostro de perplejidad dio lugar a uno de comprensión. “¡Oh!”, dijo como explicando, “es que son mexicanas”.
Traté de no ahogarme con el agua que bebía. Estaba horrorizada. Estaba claro que para esta muchachita algunas de sus amigas presentaban un cierto grado de promiscuidad en su comportamiento y vestimenta, no por algún motivo personal o inmoral, sino debido a que pertenecían, ya sea por nacimiento o herencia, a ese país grande (y posiblemente en su mente, continente): México.
¿Qué tiene que ver el Islam con esto?
La comida prosiguió. Ambas se olvidaron (si es que se acordaban en primer lugar) del “inocente” comentario racista. La conversación eventualmente tocó el tema que, me he dado cuenta, la mayoría de las muchachas musulmanas gustan de tocar: el matrimonio. La más joven, nuevamente, retomaba la batuta de la discusión, afirmando que ella exigiría que sus –aún no nacidos– hijos hablen árabe.
La felicité por esta posición y, más aún, le dije que saber árabe es muy importante ya que el Corán y la gran mayoría de las fuentes primarias de literatura islámica estaban en este idioma. También sugerí que por este motivo ella debería empezar enseñándoles a sus hijos los principios del Islam para que vayan entendiendo la importancia y valor del idioma árabe, lo cual motivaría en ellos un ardiente deseo de aprenderlo independiente y exhaustivamente. Le advertí también que si ella se concentraba solamente en el árabe y no en el Islam, era muy posible que los corazones de sus hijos nacidos y criados en América nunca llegaran a hacer la conexión necesaria con el idioma.
La muchacha me miró con ojos bien abiertos, como si acabase de hablar en marciano. No pudo comprender una sola palabra de lo que le dije.
“Es verdad”, dijo finalmente. “Ellos necesitan aprender el árabe debido a nuestra cultura, porque somos palestinos”. Entonces, y para “ilustrarme”, ella me contó una “épica” historia acerca de una muchacha que le ordenó –en árabe, por supuesto– a su antagonista primo que le pasara sus sandalias y él no le entendió.
Ahora era mi turno de mirar anonadada.
¿Cómo es que llegamos a esto? Claro… para ella, el hecho de que el primo de la historia no haya podido pasarle las sandalias por no comprender el lenguaje era una señal de que nuestra comunidad está hecha un desastre.
Aquí tenemos a una dulce muchacha de casi 16 años que no es capaz de hacer una correlación entre el idioma árabe y el Islam. Traté de explicarle siendo un poco más didáctica. Le dije que tener un fuerte carácter islámico era más importante que tener una robusta identidad árabe; que mientras que el idioma árabe era esencial para mejorar nuestro conocimiento de Al-lah, el Corán, el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y las reglas del Islam, no debería ocupar la cima de nuestra lista de prioridades por un motivo cultural, pues ese puesto le pertenece solo al Islam.
Si nosotros, y las siguientes generaciones tienen un buen entendimiento del Islam, querremos y querrán aprender árabe para así poder mejorar nuestro conocimiento espiritual y terrenal. No quiero sonar presumida o con mucha confianza en mí misma, pero pensé que tan sólido argumento ¡se ganaría el corazón y mente de ambas!
“¿Qué eres tú?”, preguntó sinceramente la muchacha. Me quede sin habla, sin saber exactamente cómo responder a tal pregunta.
“Ella es mitad norteamericana y mitad palestina”, respondió mi prima, aparentemente entendiendo perfectamente la pregunta.
La forma en que me definieron me obligó a decir algo. “¡No soy mitad norteamericana!” ¿Cómo podían estas muchachas pensar así? “Norteamericano no es en realidad una nacionalidad”, traté de explicarles en un tono más calmado. “Los únicos que son norteamericanos de origen son los nativos americanos, quienes en su mayoría han sido alejados en reservaciones. Todos somos norteamericanos hablando en sentido general porque vivimos aquí. Si quieres conocer mi herencia, soy mitad irlandesa mitad árabe”.
“¡Oh!”, respondió la muchacha, “es por eso que piensas así”…
Ahora ya todo le hizo sentido. Según ella, yo estaba haciendo todos esos osados comentarios acerca del Islam, el idioma árabe y la cultura palestina debido a que era una “mitad norteamericana”. O sea que no podía entender la importancia del árabe y la cultura porque no era una “pura sangre”. Solo los “pura sangre” entendían la importancia del árabe y la cultura. Cualquiera creería que estábamos hablando de caballos o algo así.
Ya entendiendo como funcionaba la mente de la muchacha, traté de ser más explícita. “No dije lo que dije porque soy mitad irlandesa. Lo dije porque soy totalmente musulmana, al hamdulilah. ¿Cuál es la importancia del idioma árabe si no lo utilizamos para mejorar nuestro conocimiento del Islam?”
Se suponía que la pregunta era retórica. De hecho, lo fue en el sentido que la muchacha no respondió. Pero ella no se quedó muda debido a lo racional de mi razonamiento o la obviedad de la respuesta, sino debido a su genuina falta de comprensión. Lo deje pasar.


Pensé que pertenecíamos a la misma raza
El tema de conversación pasó a las películas, otro tema interesante. Hablando sobre la protagonista de una película de la India, la muchacha más joven exclamó: “¿De verdad la actriz es india?, ¡pero si es tan bonita!”
Me hundí un poco más en mi silla, con la esperanza de que no hubiese algún indio que la haya escuchado. ¡Trágame tierra!
“¡No lo puedo creer!”, dijo, como si alguien le acabase de informar que la tierra es redonda. “¡Nunca antes vi indias bonitas!”
Esto fue demasiado para mí. “¿Qué quieres decir con que nunca antes viste indias bonitas? Hay muchas indias bonitas”.
“Simplemente no me parecen simpáticas ni atractivas”, dijo.
“No puedes decir eso”, le respondí, tratando de que vea lo errado de su forma de pensar. “Puede ser que en general no te parezcan atractivas, pero no puedes referirte a todas las mujeres de un país, con Dios sabe cuántos habitantes, de esa manera”.
Pero la muchacha no podía entender. Mi prima le explicó por qué yo estaba actuando tan extraña. “Sus mejores amigas son indias”, dijo. “¡Oh!”, respondió la muchacha en un tono lastimero, “Lo siento. No fue mi intención ofenderte. Realmente lo siento”.
Era hora de hacer unas aclaraciones: “No me ofendiste para nada en lo que respecta a mis amigas. Es más, ellas ni siquiera me pasaron por la mente cuando dijiste lo que dijiste. Simplemente no me parece correcto que califiques a toda una raza de poco atractiva”.
“No”, difirieron ambas. “Así es como es. Los árabes encuentran a las árabes atractivas. Los latinos a las latinas. Y supongo que los indios encuentran a las indias atractivas”.
“Discúlpame”, le dije, “pero los árabes no encuentran solamente a las árabes atractivas. Puede ser que tú estés acostumbrada a ciertas características de los árabes y, por lo tanto, las prefieras; pero no me vengas a decir que solamente los árabes te parecen atractivos y simpáticos”.
“No, no, así es como es. Cada país solamente encuentra atractiva a su propia gente”. Ellas se mostraban firmes, pero a mí no me convencían. Muchos son los árabes (e indios en este caso) que si conocen a alguien con piel más clara se olvidan de sus preferencias nacionales en un segundo. Pero no se los dije.
“Escuchen muchachas”, les dije –ya molesta con sus tan cerradas posiciones–, “los seres humanos son atractivos, y algunos seres humanos prefieren ciertas cualidades por sobre otras en sus prójimos”.
Silencio. La muchacha no entendió mi intento de predicar el pan-humanismo.
En mi mente gritaba: “¡Humanos!, ¡somos todos seres humanos! ¿O se te olvidó ese pequeño detalle? ¿Acaso crees que fuimos creados de diferentes tipos de barro?, ¿algunos de barro indio (biológicamente poco atractivo para el barro palestino), otros de barro palestino y otros de barro norteamericano?”.
“Sí”, empezó a responder, “de todas maneras yo creo que la gente encuentra atractiva mayormente a su propia gente”.
¿Qué más podía decir? Ella es un ejemplo claro del mundo postmoderno. Su educación evidentemente se saltó la parte acerca de la “raza humana” y se fue directamente a las sub-razas de la humanidad. Darwin estaría contentísimo.
 
Un solo Dios: ¿De eso se trata el Islam?
Esos exóticos indios todavía eran el tema principal.
“No entiendo”, empezó diciendo la pupila de Darwin, “por qué los indios se ofenden tanto cuando los llamo paquistanís”.
“Sí, lo sé”, dijo mi prima. “¡Ni que fuera la gran cosa!”
Tel vez no debería ser la gran cosa, pero siendo todas unas "nativistas", tal y como se mostraron hasta ahora, ellas más que nadie deberían entender por qué los indios y los paquistaníes son nacionalmente diferentes.
“Es debido a que son dos culturas diferentes. Ambos tienen similitudes, pero también tienen muchas diferencias. Ellos simplemente te están corrigiendo, te están diciendo que son de diferentes países”.
“Todos son iguales para mí”, dijo mi sutil interlocutora.
“Bien, para ti tal vez sea así, debido a que no estás familiarizada con sus culturas. Pero para ellos, que sí conocen las diferencias, ven propio corregirte. Es como si alguien te dijese que eres libanesa. Lo corregirías, ¿no es cierto?”
“No me ofendería”, dijo.
“Pero los corregirías, ¿cierto?”. Por lo menos esto aceptó.
“Bien”, ella simplemente no podía quedarse callada, “pero, ¿por qué se ofenden si los llamamos hindúes?”
“Debido”, le dije, “a que los hindús pertenecen a una religión diferente”.
Ella me miró perpleja. “¿Qué quieres decir?”
“Quiero decir”, traté de mantener mi paciencia, “que el Hinduismo es una religión diferente. Por ese motivo los musulmanes no gustan de ser llamados hindúes”.
“Pero, ¿por qué se ofenden? ¿Acaso no tienen la misma cultura?”
“El Hinduismo no es una cultura”, le expliqué. “Algunos indios son musulmanes y otros hindúes. Los musulmanes no gustan de ser llamados hindúes porque creen en cosas distintas”.
No me entendió.
“Mira, los musulmanes creen en un solo Dios y los hindúes creen en muchos dioses. ¿Te gustaría que alguien te llamara una persona que cree en varios dioses?”
Nada, no dijo nada.
Mi corazón empezó a acelerarse. Ni siquiera parpadeó ante la idea de la diferencia entre un Dios y varios dioses. El concepto más importante en nuestras vidas ella ni lo conocía. El más básico y esencial fundamento del Islam no tenía ningún impacto en su forma de entender las cosas.
Había llegado la hora de ser directa y políticamente incorrecta.
“Aquella persona que asocie dioses falsos con el único Dios verdadero ira al Infierno. ¿Te gustaría que te llamen una persona que va a acabar en el Infierno?”
Finalmente se le prendió la luz.
“Oh, ¿en serio?”, dijo, abriendo sus ojos, “¡no sabía eso! Oh, ahora lo entiendo”.
Mi comida terminó con total frustración. No tanto por esta muchacha. Ella era joven e inexperta, y tendrá tiempo para crecer y reflexionar. Pero me parece que ese no será el caso. Lo que más me inquietó fue que yo sé que esa es la imagen que le han heredado, a la par con su identidad cultural palestina, los adultos y la sociedad que la rodea, tanto musulmana como norteamericana.


El pecado original
En la historia de Adam (Adán), la paz sea con él, nos distraemos tanto con su expulsión del Paraíso que nos olvidamos del verdadero pecado original: el racismo. He aquí el mal social más antiguo, y siempre ha surgido de la arrogancia. ¿Por qué no podemos, como raza humana, unirnos y reconocer todo el dolor y dificultad propiciado por el primer racista:Shaitan (Satanás)?
Cuando Al-lah, con Su infinita sabiduría y conocimiento, le Dijo a los ángeles y yinn que hiciesen una reverencia delante de nuestro padre Adam, la paz sea con él, el primer humano, Shaitan se negó. La raíz de esta negación fue su arrogancia y prejuicios. Él alegó ser mejor que nosotros porque fue creado de fuego, mientras que Adam fue creado de barro. {Dijo: No he de hacerla ante un ser humano al que has creado de arcilla, de barro maleable.}[Corán 15:33]
¿Dónde está la lógica de este argumento? ¿Puede un ser humano, sin importar su color, cultura, ubicación geográfica o sexo, encontrarle una lógica? ¡Claro que no! ¿Quién dice que el fuego es superior al barro o viceversa? ¿Qué proceso tan irracional y cerrado lo hizo conjurar tan absurda afirmación? La respuesta es la arrogancia, pura y simple. No hay por qué excusarla ni por qué defenderla.
Como comunidad musulmana, me temo que hemos caído presas de la arrogancia. Esta joven muchacha con la que comí es una de millones que piensan igual. Es cierto que muchos musulmanes no se expresarían con la misma falta de tacto y sin pensar en lo que dicen, pero aún así continúan articulando y perpetuando la misma idea: todos somos iguales, pero algunos de nosotros son más iguales que otros.
Como comunidad, aquí en la tierra de los Pieles Rojas, estamos llenos de prejuicios raciales bien difundidos que deshumanizan la imagen que tenemos de miles de millones de personas. Vemos a nuestra herencia cultural y genética como la mejor que hay. Simplemente nos negamos a asumir humildemente nuestra verdadera posición: la de Siervos de Dios, no mejores que nadie… salvo en las obras.
Este es exactamente el pecado de Satanás. Al-lah le ordenó y él se negó a obedecer. En lugar de decir “escuchamos y obedecemos” prefirió decir “No”. Rechazó y luego (¿qué tan familiar suena esto?) salió con una excusa absurda: No tengo porque obedecerte, Señor mío, pues me Creaste de fuego y a él de barro. Su insana afirmación está empapada de ironía, al punto que provoca nauseas.
Satanás admite que es creado, y por lo tanto una criatura inferior. Él también admite que ambos, él y Adán, la paz sea con él, fueron hechos por el mismo Creador. También admite algo de la magnanimidad del Creador cuando elogia su propia creación de fuego. A pesar de reconocer estas verdades acerca de Al-lah,Shaitan todavía persiste en sus arrogantes conjeturas. Eso es exactamente lo que un racista es y hace.
Ninguno de nosotros, estoy segura, quiere imitar a Satanás. Pero la significancia de que su primer acto de incredulidad haya sido una profesión de su racismo, es grande. Si la arrogancia y el racismo es lo que hizo que lo expulsen del Jardín, no nos debe caber la menor duda de que utilizará la misma táctica con los humanos, instigando un grupo de personas contra otro. La principal estrategia de Satán en su guerra contra los humanos es dividir y vencer.
La nación estado: un camino hacia la segregación
Una de las características esenciales de la era moderna es el nacionalismo, desarrollado durante la Ilustración Europea. Por definición, el nacionalismo divide a la gente, las etiqueta y las categoriza. Este fenómeno procede de una cualidad mencionada en el Corán cuando Al-lah Dice, (lo que se interpreta en español):{…pero el hombre es un gran discutidor.} [Corán 18:54] Como seres humanos nos gusta ostentar nuestras diferencias, escogiendo algunas cualidades humanas como mejores que otras. La belleza del Islam a este respecto es que nos enseña que todas nuestras diferencias tienen como objetivo mostrar la infinita capacidad creativa de Al-lah. Cada ser humano es único, lo cual solo sirve para magnificar la unicidad de Al-lah. Sin embargo, nuestras diferencias no deben opacar ni eclipsar nuestro verdaderamente único propósito en la tierra: adorar a Dios; no el vivir para alcanzar estatus o gloria.
La comunidad musulmana de América se ha olvidado, lamentablemente, de esto o tiene temor de darse cuenta. Sé que muchos se rieron de la insensatez de la amiga de mi prima cuando no entendió la gran importancia de la Unicidad de Dios, pero es mi opinión que nuestra comunidad en general no la entiende tampoco. Puede ser que la conozcamos, y hasta la repitamos varias veces al día, pero fallamos en incorporarla en nuestras vidas. Si lo hiciésemos, eso se vería claramente en nuestras Masayid [sing. Masyid, Mezquita], escuelas y hogares.
Nuestras Masayid son segregadas. Nuestras escuelas son segregadas. Y no necesito mencionar siquiera el desagrado que suscitan los matrimonios interculturales (seamos claros. En realidad ni siquiera son interculturales pues la mayoría de las parejas tienen crianza americana. No son más que matrimonios entre gente de diferentes colores).
Los padres inmigrantes han traído consigo todos los traumas culturales de sus países de origen, y todos hemos incorporado –muy eficientemente, dicho sea de paso–, como buenas minorías, el racismo prevaleciente en la generalidad de la población norteamericana hacia los afro-americanos, latinos y otras etnias. Estamos tan claramente jerarquizados que los eruditos del Iluminismo difícilmente hubiesen podido diseñar mejor nuestras comunidades.
Los árabes ricos (sirios por lo general) y los Desi ricos (hyderabadis por lo general) están en la punta de la escala. Ellos presiden sus respectivas y separadas comunidades. Luego vienen los menos ricos y acomodados, etc., etc. Por su puesto, al ingresar en una comunidad con una cultura dominante –digamos la palestina, pues es la que mejor conozco– la gente que no ha sido “bendecida” con tal clase de sangre son empujados hacia la periferia y hasta relegados completamente.
Solo he hablado acerca de las comunidades musulmanas emigrantes Desi y árabes. Eso es debido a que mi conocimiento de cualquier otra comunidad musulmana es limitado. Nunca he estado en una comunidad de latinos –he conocido menos de 5 musulmanes latinos–. He estado algunas veces en una comunidad musulmana afro-americana para realizar ciertos proyectos, y eso es todo. De las otras comunidades musulmanas no tengo conocimiento alguno.
Es una vergüenza, una gran vergüenza. No tenemos excusas que ofrecer ni explicaciones que dar. Todo lo que puedo decir es que esta situación proviene de nuestra incapacidad de reconocer e incorporar la más básica y esencial enseñanza del Islam: Al-lah Es uno y el Único que debe ser adorado. Al-lah Dice en el Corán (lo que se interpreta en español): {Por cierto que He creado a los genios y a los hombres para que Me adoren.} [Corán 51:57] Hasta que no comprendamos claramente este punto siempre seremos presas de las tácticas de Satanás. Seremos seducidos por la gloria y las riquezas de este mundo, empujando a nuestro prójimo hacia los lados en este mundo que hemos creado, donde prevalece la ley de la supervivencia del más apto.
¿Cuánto tiempo más caeremos presas del plan de guerra deShaitan? ¿Cuándo nos uniremos bajo el estandarte de nuestra adoración a Al-lah?
Tengo una propuesta modesta. ¿Qué tal si tenemos siempre en mente de qué material Al-lah nos Creó y, más aún, tener en mente que Él fue el Único que nos Creó a todos?

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