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domingo, 28 de octubre de 2012

LA ORIGINALIDAD DE LA CIENCIA EN EL ISLAM




Posiblemente uno de los problemas más apasionantes que pueden plantearse a un historiador es el de la capacidad creadora de los distintos pueblos. Generalmente – y hoy en día sigue repitiéndose- se afirma que la ciencia y la técnica contemporáneas son consecuencia y fruto del conocimiento; que pueblos como Japón o China son puros imitadores y perfeccionadores de lo que les llega de Occidente o que la Ciencia en el Islam medieval es una mera copia de la clásica.
Efectivamente: en el siglo XIX Occidente pensaba que la ciencia islámica no había podido realizar una labor original, que no había podido hacer grandes descubrimientos, debido a la presión teocrática de su religión, a la falta de libertad política y a la carencia de una democracia formal. Por el contrario, la ciencia clásica habría dado de sí todo lo que dio gracias a no haber conocido ninguna de esas limitaciones.

Frente a estas afirmaciones de la élite intelectual de Occidente, los musulmanes de principios del siglo xx reaccionaron de un modo apasionado volcándose en el análisis de la cultura de la Edad Media europea y subrayando cómo durante esos siglos oscuros de nuestro pasado, la civilización y la ciencia musulmanas brillaron con gran esplendor, y cómo fueron los conocimientos científicos allegados por los musulmanes los que percutieron la eclosión del Renacimiento, al cual sí se puede considerar raíz de nuestro actual desarrollo; siempre y cuando no se le quiera separar de su infraestructura islámica, ya que sin ésta no hubiera existido en lo que a las ciencias se refiere. Y, en apoyo de sus afirmaciones de la igualdad de pueblos y culturas ante el fenómeno científico-técnico, traían a colación el ejemplo del Japón que, por aquel entonces, acababa de ponerse al nivel de los pueblos más avanzados de Occidente.

Frente a alguno de estos problemas hay que confesar que sus antepasados -es decir, los de los siglos IX al XV- habían adoptado posiciones mucho más sensatas. Tal, por ejemplo, las opiniones del cadí Ibn Sa’id de Toledo e Ibn Jaldún. El primero, en su Libro de las generaciones de las naciones (s. XI), afirmaba: «Hemos observado que todas las naciones que proceden de las siete primitivas... se dividen en dos categorías : unas cultivaron las ciencias; en ellas se desarrollaron diversas formas de saber; de ellas nacen todas las disciplinas científicas. Otras, por el contrario, no cultivaron las ciencias lo suficiente como para hacer incluir a sus pueblos en el número de naciones cultas, pues no desarrollaron ni la filosofía ni ninguna otra rama del saber. Los pueblos que han desarrollado la ciencia son ocho : indios, persas, caldeos, hebreos, griegos, rûm (bizantinos),  egipcios y árabes... y las más nobles de las naciones que no cultivaron las ciencias son los chinos y los turcos».

 «Los chinos... descuellan en la ejecución de trabajos manuales y en la pintura. Esa es la parte del saber que les corresponde y en la cual han sobrepasado a todos los pueblos. Son, entre todos los hombres, los que mejor soportan el esfuerzo constante que exige el acabar una obra, la fatiga que se padece en la creación artística. Los turcos... están especializados en el arte de la guerra, en el manejo de las armas; sobresalen en ello y lo conocen de modo perfecto. Son los hombres más hábiles en la equitación y en la táctica y tienen una habilidad extraordinaria en el manejo de la lanza, de la espada y del arco.»

Desgraciadamente el concepto que Ibn Sa’id tiene de la capacidad científicas de los cristianos de la península ibérica es pésima. Éstos son, para él, uno de los pueblos que, a pesar de ser vecinos suyos, no pueden hacer nada de provecho: «Los gallegos, los bereberes y todos los habitantes de las regiones de Occidente que pertenecen a esta categoría son pueblos a los que Allah ha dado una particular turbulencia y ceguera y en los cuales a infundido el amor a la anarquía y a la violencia».

Ibn Jaldún (s. XIV), por su parte, niega que el Islam pueda coartar el desarrollo científico. «el Rasûl Muhammad (s.a.s.) -escribe- nos ha sido enviado para enseñarnos el camino de Allah y no la medicina o cualquier ciencia profana. Dio unos consejos desafortunados sobre la fecundación de las palmeras, y al darse cuenta de ello confesó a sus compañeros: "Vosotros sabéis más que yo de esto". Por tanto, no hay que creer ciegamente los consejos médicos que da la tradición auténtica, pues nada indica que haya que hacerlo.»

Sin embargo, hay que reconocer que a principios del siglo XX era muy difícil responder a estas cuestiones dados los escasos textos científicos egipcios y babilónicos publicados. Hoy, ochenta años después, esta panorámica ha cambiado y ya se pueden establecer comparaciones de  interés entre las aportaciones de los distintos pueblos de la Antigüedad a la ciencia medieval. Considerando que existen claramente diferenciados tres niveles cronológicos : los de Egipto y Babilonia, el de Grecia y el Mundo Islámico, pueden establecerse las siguientes relaciones de dependencia : 1) de los griegos respecto de los egipcios y babilonios; 2) de los musulmanes respecto de los griegos, y 3) de los musulmanes respecto de los babilonios y egipcios sin mediación griega.

La obra de los babilonios, por ejemplo, les fue conocida de modo independiente a través de griegos, indios, persas y también, muy posiblemente, a través de la tradición oral conservada en Harrán, zona aún pagana en la época en la que se islamizó. Algunos de esos conocimientos les llegaron en un estadio tan elemental y primitivo -tal el álgebra y la trigonometría- que no hay más remedio que considerar a los estudios musulmanes como sus propios creadores al transformar una exposición casuística en otra orgánica y sistemática con la introducción de nuevos elementos y una axiomática correcta. Así demostraron tener la misma capacidad creadora que los griegos de la época clásica, quienes habían procedido de modo muy similar con la aritmética, la geometría y la astronomía. Hay que destacar que no ocurrió lo mismo con la numeración de posición que los musulmanes recibieron, de hecho, completamente desarrollada.

Bastante más difícil es saber lo que los musulmanes pensaban sobre el desarrollo científico o, si se prefiere, y como diríamos hoy, sobre su política científica. Tenemos muy pocos textos escritos por científicos que  aludan a este tema. Las más de las veces los detalles surgen en el lugar más inesperado, aunque es cierto que los prólogos y las conclusiones de sus libros presentan detalles de interés con una cierta frecuencia y que no son pocas las veces en que tropezamos con verdaderas autobiografías como es el caso del médico-astrólogo ‘Ali ben Riduan o el de Sinan ben Zabit en su libro trunco Acerca del movimiento del Sol.

Por otra parte, los diccionarios biográficos medievales se preocupan más de los hombres de letras que de los de ciencia, y cuando aparece en ellos alguno de éstos, como los médicos Avenzoar o Umayya ben ‘Abd al-‘Açiç, o los agrónomos al-Tignarí o Ibn Luyún, es debido a que tienen un peso propio específico en el campo literario. De poco valieron los esfuerzos de los científicos por escribir sus prólogos en prosa elegante: que yo sepa el que Azarquiel haga preceder una de sus obras dedicada al rey poeta de Sevilla, al-Mutamid, con una dedicatoria escrita en su más florido estilo, no le ha valido ser incluido en los manuales literarios de la época. Tampoco tuvo ese éxito Sinan ben Zabit, quien en su ya citado libro Acerca del movimiento del Sol, al tratar de las sombras intenta mostrar su erudición trayendo a colación citas de Aristóteles, de el Corán y del gran poeta Dzú-l-Rumma.

Reducidos como estamos, pues, a unos cuantos textos que se presentan de modo esporádico y a media docena de diccionarios biográficos, como los de Ibn Qifti, Ibn abi Usaybi’a o Ibn Yulÿul o técnicos y tardíos como el de Tahanawi, es difícil adivinar cómo los creadores de la ciencia islámica veían el origen y desarrollo de ésta.

En primer lugar todos parecen estar convencidos de la necesidad de que el poder -en su caso el soberano o un mecenas- estimule y proteja a los científicos. Abu Nasr ben Mansúr ben ‘Iraq nos dice: «Tuve una gran alegría al enterarme de que este noble príncipe... tenía una afición particular a la Astronomía por tratarse de una ciencia que da claridad al pensamiento y agudiza la inteligencia. Y al conocer su gran interés por el astrolabio escribí para él... un tratado acerca de su construcción sencillo y práctico».

Idénticamente un buen ambiente favorece el desarrollo de la ciencia. Al-Karaÿi lo indica de modo bien claro: « Cuando fui al Iraq y vi que sus habitantes, grandes y humildes, amaban la ciencia, apreciaban su rango y honraban a los sabios, compuse una obra de Aritmética y Geometría. Después regresé a la tierra del Yabal (Zagros) y dejé en ella de componer lo que había compuesto en el Iraq dado el ambiente científico reinante: me desentendí de escribir y no volví a componer obras hasta que Allah socorrió al país y a sus habitantes dando el gobierno a Abú Ganim Ma’rúf ben Muhammad... A la sombra de sus beneficios... he reemprendido cu costumbre y he empezado a componer este libro como homenaje y muestra de afecto hacia él, titulándoloAfloramiento de aguas ocultas». Libro éste que junto con las indicaciones recogidas por Ibn Wahshiyya (m.c. 299/912), consta que fueron conocidas prontísimo en al-Ándalus, fueron la base teórica que percutió construir los primeros «viajes» que dieron lugar al nacimiento de Madrid.

         La producción científica, pues , estaba frecuentemente influida, como hoy, por las decisiones del poder. Ibn Hawqal no vacila en afirmar que «He sido expulsado por la tiranía de los príncipes y las cínicas vicisitudes del tiempo; por la continuada serie de desgracias y la opresión que ha agobiado a los pueblos de Oriente; por los métodos injustos y tiránicos empleados por los príncipes que desprecian la equidad; por el aumento de las crisis y de las calamidades; por la suma de fatigas y embates del destino; por el trastrueque de los medios de subsistencia y la escasez de lluvias bienhechoras». En pocas palabras: las dificultades políticas y económicas obligan a emigrar a uno de los mayores geógrafos de la época. Y su coetáneo, el médico andalusí Ibn Yulÿul, confirma sus asertos: «En esos reinados no apareció ningún hombre notable que fuera conocido por su maestría y célebre por sus aportaciones científicas. El imperio abbasí se debilitó con la intromisión en el poder de los daylamíes y de los turcos que no se preocuparon por la ciencia : los sabios sólo aparecen en los Estados cuyos reyes buscan la sabiduría».

Antes de emprender una investigación los musulmanes tuvieron particular interés en saber qué se había escrito sobre la materia de que deseaban tratar tanto en la Antigüedad como entre sus predecesores musulmanes. No hay texto de Astronomía que no se remita a Tolomeo, quien no siempre fue seguido a ciegas. Así al-Battani (m. 317/929), observando los errores, faltas y discordancias que se encuentran en las Tablas que tiene a mano, se propone subsanarlos según los procedimientos matemáticos y geométricos establecidos por el gran sabio alejandrino. Esas mismas discrepancias son las que llevan a Ibn al-Haytam (m. 430/ 1039) a tratar del espacio: «Los sabios que investigan la realidad de las cosas de la existencia -nos dice- discrepan acerca de lo que es el espacio o lugar dicen que el lugar de un cuerpo es la superficie en dicho cuerpo y otros aseguran que el lugar del cuerpo es el vacío que imaginan que llena el cuerpo. Pero no hemos encontrado ninguna explicación profunda en quienes nos precedieron acerca de lo que es el lugar, ni ningún indicio claro que explique su verdadera naturaleza. Siendo así nos ha parecido oportuno realizar una investigación exhaustiva de lo que es el lugar de modo que quede patente la verdad, desaparezcan las dudas y cesen las confusiones».

Si estos testimonios parecen vincularse con problemas muy tratados ya en la Antigüedad, los que citamos a continuación parecen independientes, bibliográficamente hablando, de aquélla. Así Ibn Hawqal confiesa no disponer de ninguna obra satisfactoria sobre itinerarios que le sirva de punto de partida para componer la suya y mucho más explícito es Idrisí, quien nos indica la imposibilidad de encontrar en su época informes claros, precisos y detallados en las obras de que disponía. Por eso Roger II «mandó llamar a personas informadas sobre estas materias, les hizo preguntar, discutió con ellas, pero tampoco sacó nada en claro». Y, en consecuencia, se decidió a encargar a Idrisí la redacción de una Geografía.

Esta búsqueda de fuentes se extiende a todos los campos. Ibn Mu'âd,  en la introducción a su Trigonometría, alude a la aportación hecha en este campo por sus predecesores, y Azarquiel afirma, de uno de sus instrumentos, que «si bien es cierto que alguien (Ibn al-Samh) anterior a nosotros aspiró a construir uno muy parecido, no logró sin embargo que compitiera con el mío en la feliz concepción y justa disposición, pues su autor lo dispuso en siete láminas... cosa que nosotros hemos evitado en nuestro instrumento, que sólo exige una lámina adicional para la Luna».

         Existe en todos ellos el prurito de llevar al ánimo del lector la escrupulosidad con que han analizado sus fuentes y cómo han realizado una labor crítica de las mismas.

El que nuestros autores se esforzaran tanto en entender los textos recibidos no significa que los siguieran a pies juntillas. Ciertamente algunos sí lo hicieron y copiaron a los maestros estudiados a ciegas haciendo bueno el aforismo «magister dixit». Pero estos casos, y nos interesa mucho subrayarlo, no hicieron ley. El mismo Averroes, en su comentario al De Coelo recoge, con fino espíritu crítico, las teorías innovadoras que en el campo de la mecánica celeste estaba introduciendo su contemporáneo al-Bitrúÿi. Pero dejando de lado este testimonio por proceder de un filósofo-científico podemos ver lo que nos dicen los científicos puros.

En este aspecto tiene suma importancia la introducción que Ibn al-Haytam escribió a su libro Dudas sobre Tolomeo: Nos afirma que la verdad es buscada por sí misma aunque sea difícil encontrarla y muchas veces se presente rodeada de dudas. Por eso, al leer los libros de los sabios, hay que esforzarse en entenderlos, en encontrar lo que quieren decir en realidad. Y siempre teniendo en cuenta que Allah no ha puesto a los sabios a cubierto del error, ni de la obcecación ni de la confusión, puesto que si lo hubiera hecho éstos no discreparían al tratar de una misma cuestión, ya que todos estarían en posesión de la verdad. Pero como la experiencia demuestra que discrepan entre sí, hay que admitir que los sabios también yerran. Al buscar la verdad no hay que seguir a ciegas lo que afirman los libros antiguos, si no que hay que examinarlo con espíritu crítico, seguir en detalle sus pruebas y demostraciones, teniendo en cuenta, además, los posibles errores y omisiones que pueden ser imputables a los copistas o al lector; su pensamiento debe fijarse en el texto y las notas, debe analizarse desde todos los puntos de vista y no se debe estar prevenido, ni en contra ni en favor, de lo que se lee. Utilizando este método, se descubrirá la verdad y desaparecerán las dudas. Y es empleándolo como Ibn al-Haytam se adentra en la lectura de las obras de Tolomeo que, en el primer instante, le impresionan por los grandes conocimientos que encierran. Pero sin demérito de la justa fama del autor, pueden señalarse, analizándolo críticamente, una serie de pasajes confusos, de palabras inadecuadas y de lugares contradictorios. Cierto que son pocos comparados con la inmensa mole que representa el Almagesto, pero no hay porqué omitir tratar de ellos y dejarlos al descubierto para que quienes lo lean sepan a qué atenerse.

Sinan ben Zabit, refiriéndose también a Tolomeo, muestra como ya en el siglo X se ponían en duda ciertas teorías del alejandrino. Así, hablando del movimiento del sol señala que si bien Tolomeo había afirmado que el apogeo se encontraba fijo, los astrónomos de al-Ma'mún, es decir, los autores de las Ziÿ al-mumfahan, habían demostrado lo contrario, con lo cual habían surgido dos escuelas rivales que, a base de acopio y reiteración de las observaciones de los equinoccios y de los solsticios, intentaban corroborar la opinión de Tolomeo o demostrar las afirmaciones de los astrónomos del califa.

Es evidente que si el gran Tolomeo no estuvo exento de críticas, críticas que llegaron hasta innovar una nueva mecánica celeste, no se escaparon de ellas los restantes autores de la Antigüedad y del Islam. La afirmación reiterada en los prólogos de los textos musulmanes de que aportan nueva materia al conocimiento de la disciplina de que tratan constituye muchas veces un tópico literario; pero muchas, también, son expresión de la pura realidad.

Si esto ocurre en las ciencias exactas puede imaginarse lo que sucede  en el campo de las ciencias humanas, en donde, por lo general, la observación crítica es más fácil que en aquéllas. Ibn Hawqal muestra su espíritu científico al observar que los naturales de un país son parciales en pro o en contra del mismo y, por tanto, sus observaciones deben ser puestas  en tela de juicio y contrastadas con el testimonio de los viajeros. Roger II,  el mecenas de Idrisí, dispuesto a tener una Geografía de todo el ecúmene,  «decidió buscar por sus estados a los viajeros instruidos, los mandó introducir en su presencia y los interrogó por medio de intérpretes bien todos a la vez, bien por separado. Siempre que se mostraban de acuerdo y que sus informes coincidían en un punto, ese punto era aceptado como cierto. Cuando no era así, se omitía. Invirtió en este trabajo más de quince años sin dejar de examinar por sí mismo todas las cuestiones geográficas, de buscar su solución y de verificar la exactitud de los hechos con el fin de obtener los conocimientos que apetecía».

En todo caso existen citas reiteradas de que las ideas y conceptos astronómicos de los musulmanes fueron modelándose con la reiteración de las observaciones y la construcción de aparatos apropiados. Azarquiel no vacila en escribir:  «proseguimos el estudio de dicho problema en la ciudad de Toledo... hicimos instrumentos idóneos para la observación..., esa diferencia no se correspondía con las observaciones..., verificamos constante y atentamente las observaciones... ».

Es cierto que él no nos habla de la aproximación de sus medidas ni de las dimensiones de los aparatos que construyó, pero a pesar de ello podemos hacernos una idea de los mismos desde el momento en que Abraham ben ‘Ezra nos afirma que los hermanos Banú Músa o Banú Shakir construyeron astrolabios de gran tamaño que debían permitir la apreciación de los minutos de arco; Sinan ben Zabit asegura, por su parte, que construyó una armilla (halqa) de tres codos, esforzándose extraordinariamente en obtener una gran exactitud en las divisiones de grados y minutos.

         En cambio, en el campo de las ciencias naturales la observación física es absolutamente necesaria para adquirir los conocimientos de  etología animal que Yahiç recoge esporádicamente en su zoología o los detalles de morfología vegetal que se encuentran en los grandes tratados de Botánica de la época y que vinieron a más que duplicar el número de plantas descritas por Dioscórides.

Lo dicho hasta ahora viene a probar, según creemos, que los musulmanes dispusieron y utilizaron con fruto las herramientas necesarias para el trabajo científico y que con ellas en la mano contribuyeron de modo decisivo al desarrollo de unas ciencias que habían recibido como legado de la Antigüedad, y a la creación de otras hasta entonces desconocidas. La enumeración de las mismas varía según cual sea la fuente utilizada. Los autores del siglo X, por ejemplo, establecieron clasificaciones bastante dispares que englobaban de cuatro a cien y más materias con sus correspondientes definiciones. Pensemos que también nosotros hoy hablamos de la matemática, bien como una entidad, y que otras veces la desglosamos en sus distintas ramas: aritmética, geometría, álgebra, etc. Del mismo modo el Medioevo, según cual fuese el número de divisiones y subdivisiones que se hicieran de las cuatro ciencias básicas del cuadrivium, obtenía clasificaciones más o menos amplias y tanto más discutibles cuanto más amplias eran.

Ahora bien: en general parten de un cuadrivium que, ampliado o no,  es designado por Juwarizmi, autor del libro tituladoLlaves de las ciencias,  con el término genérico de «ciencias de los antiguos», a saber: filosofía,  lógica, medicina, aritmética, geometría, astronomía, música, mecánica y  alquimia. Éstas se contraponen a las ciencias musulmanes autóctonas que se corresponden en general a lo que nosotros hoy consideramos como humanidades: jurisprudencia, gramática, administración del Estado, poesía, etc. Más adelante, y con la perspectiva que dan los siglos, Ibn Jaldún en sus Muqaddima hace un somero, pero jugoso, análisis de unas y otras. Veamos,  como ejemplo, el modo de presentarlas :
         A) En primer lugar la Aritmética o ciencia de los números que  tiene varias subdivisiones : 1) el arte de calcular destinado a explicar las operaciones fundamentales. Puede considerarse de creación islámica y tiene una gran importancia en la enseñanza elemental, ya que da ideas claras, enseña a razonar sistemáticamente y forma buenas cabezas que se acostumbran a pensar con lógica pasando ésta a constituir una segunda naturaleza de quienes las han estudiado en la infanda. Es curiosa la observación jalduniana de que en matemáticas es más fácil entender el sistema de operar que las demostraciones que lo justifican; 2) el Álgebra de cuyo origen nada nos dice, pero que en su forma elemental casuística es de origen babilónico y llegó a conocimiento de los musulmanes, posiblemente, sin intermediarios. Entre ellos alcanzó el rango de ciencia y los seis primitivos tipos de ecuación se transformaron en sus manos en más de veinte, para las cuales descubrieron las correspondientes soluciones fundadas en sólidas demostraciones geométricas; 3) la ciencia de las transacciones comerciales (mu’âmalat), que en rigor es una disciplina basada en las dos anteriores, la aritmética y el álgebra, y 4) la ciencia de las herencias (farâ'id), típica de los países del Islam. Tiene su punto de arranque en las complejas leyes establecidas en el Corán para repartir los bienes relictos entre los distintos herederos de acuerdo con su grado de parentesco con el difunto. Dado que esas disposiciones frecuentemente indican la parte que corresponde a cada una de ellos de modo fraccionario y que se prevé la herencia por representación, se plantea una casuística enorme de la que Ibn Jaldún se hace eco, «puede darse -dice- que haya un  gran número de herederos y que uno de ellos muera antes de la partición;  su parte debe ser distribuida entre sus propios herederos; o puede ocurrir  que la suma de las partes legales exceda del monto total de la sucesión; o que un heredero afirme la existencia de otro heredero que, en cambio, no acepten los restantes derecho-habientes». Evidentemente, esta casuística llevó a los matemáticos encargados de resolverlos a una serie de hallazgos  sobre el modo de operar con fracciones.

B) Geometría. Aparecida en el Islam con la traducción greco-árabe de los Elementos, de Euclides, fue considerada por algunos de sus pensadores, como Ibn Jaldún, más clara que el arte de cálculo, pues en aquélla « todas las demostraciones son claras y lógicas. Dada esta claridad  es muy difícil incurrir en errores, de modo que quien argumenta geométricamente casi nunca se equivoca. Y así los geómetras desarrollan su inteligencia». Entre sus subdivisiones está la que trata del estudio de las  figuras esféricas a base de los libros de Teodosio y Menelao; la que se ocupa de las secciones cónicas a partir de la obra de Apolonio. Ésta tiene gran importancia «en la carpintería y en la arquitectura. Sirve también para la fabricación de estatuas y objetos preciosos de gran tamaño; para desplazar grandes bultos y cargas con la ayuda de distintos ingenios mecánicos». Para la construcción de estos últimos disponían de un excelente manual árabe, el de los Banú Músa, de difícil comprensión a causa de las muchas demostraciones que contiene. Ibn Jaldún incluye dentro de la Geometría, la Agrimensura y la Óptica. Esta última debido a la necesidad de tener grandes conocimientos geométricos para poder explicar  la marcha de los rayos de la luz, bien en los casos de visión normal, bien  en los de reflexión en los varios tipos de espejos o de refracción.

C) Si hemos de creer a Ibn Jaldún -y en este caso no hay por qué hacerlo- los musulmanes se sintieron menos inclinados a la observación astronómica que a la teoría. En todo caso la Astronomía se basaba en el Almagesto, de Tolomeo, que «no enseña como se cree generalmente la forma de los cielos o el orden de las esferas. Lo único que hace es apuntar que la existencia de esas formas y esa disposición de las esferas se deducen de la observación del movimiento de los astros. Una de sus ramas es la consagrada a la ciencia destinada a explicar la construcción de las Tablas astronómicas que percuten saber, mediante el cálculo, la posición de cualquier astro en una fecha dada, conocimiento que es indispensable para la práctica de la astrología judiciaria, es decir, la ciencia que trata de las influencias ejercidas por las distintas posiciones de las estrellas en el mundo de los hombres.

Es curioso que de hecho ninguno de los científicos musulmanes anteriores al siglo XI se diera cuenta de que dentro de esas Tablas se encontraban unos cuantos capítulos en los cuales los astrónomos habían dado origen a una disciplina llamada a independizarse muy pronto de la Astronomía y desempeñar un brillante papel dentro del campo de las matemáticas. Nos referimos a la Trigonometría, desconocida para los autores de la Antigüedad que sólo trabajaron con cuerdas mediante la aplicación de los teoremas de Tolomeo y Menelao. Unos cuantos precedentes pueden encontrarse en la fundón ukullû/shagal(«fruto»), equivalente a nuestra cotangente, utilizada por los funcionarios catastrales del fisco babilónico; en la India sólo aparece en los Siddhantas y en Aryabhata, que utilizan el seno y el seno verso (1- cos a) alrededor del siglo V de nuestra Era, en función de los kardagas o arcos unidad, según los distintos sistemas de medida utilizados en la época y sólo es a partir de la construcción de las Tablas ma'mûníes cuando adquiere cada vez mayor importancia, incorporando nuevas líneas y teoremas hasta que en el siglo XI, y en al-Ándalus, Ibn Mu’âd escribe el primer tratado independiente de Trigonometría esférica hoy conocido.

La Física se define por Ibn Jaldún de manera imprecisa. Para él -que en cierto modo sigue la clasificación de las ciencias de Avicena- es «la ciencia de los cuerpos en movimiento o en reposo. Estudia los cuerpos celestes o elementales, los hombres, los animales, las plantas y los minerales. Se preocupa por las fuentes, los terremotos, las nubes, los vapores, los truenos, los relámpagos y las tempestades. Tiene por objeto el origen del movimiento de los cuerpos, es decir, el alma (nafs) en sus  distintas formas : humana, animal y vegetal». En el desarrollo de estas materias los musulmanes se opusieron con frecuencia o criticaron la obra de Aristóteles ampliándola, por otro lado, con la incorporación de nuevas ramas.

La Medicina musulmana, inspirada en Galeno, fue más allá que éste en numerosas especialidades, lo cual se debió a que dispusieron de médicos de gran valía. E igualmente puede decirse de la Agricultura -una rama más de la Física según Ibn Jaldún-, que superó desde todos los puntos de vista lo que sobre la misma habían escrito sus precursores.

Esta clasificación de las ciencias, una más entre las tantas que hicieron los autores musulmanes, muestra el carácter racional de la mayoría de sus pensadores si consideramos que viene seguida de la refutación de dos seudo ciencias, la astrología y la alquimia, con argumentos sacados a la vez de la tradición islámica y de la lógica.

 Generalmente se viene considerando a la Astrología como una ciencia mucho más rigurosa que la alquimia. Su lenguaje no es, ni remotamente, tan críptico como el de ésta y una de sus partes, la que trata de la técnica del levantamiento de horóscopos mediante el cálculo, constituye un capítulo más de la astronomía esférica. Sin embargo, la Astrología por antonomasia, la judiciaria, aquella que a partir de la posición de los astros en un momento dado asegura que puede predecir el futuro, ¿qué opinión merecía en la tradición y a la ciencia musulmanas?

Para la primera, esta pretensión -conocer el futuro- rayaba en la herejía. Y ello porque, según la Sunna o tradición, Muhammad (s.a.s.) había dicho: «Los eclipses de Sol y de Luna no se producen para señalar la  muerte o el nacimiento de una persona», y porque Allah, según la tradición sana, ha dicho: «Entre mis servidores hay unos que creen en Mí y otros que no. Los que dicen «Ha llovido gracias a la bondad y a la misericordia de Allah» creen en Mí y no creen en las estrellas. Los que dicen «Es tal o cual constelación la que ha hecho llover, no creen en Mí, creen en las estrellas».
Por tanto, la tradición islámica excluye a la Astrología judiciaria del campo de las ciencias que pueden estudiar los musulmanes. Y lo mismo ocurre con la razón y, en este caso, los científicos musulmanes vuelven a demostrar, refutando a Tolomeo, que no se les puede aplicar el sambenito de haber seguido a ciegas a los grandes maestros de la Antigüedad.

En efecto: La Astrología judiciaria se basa fundamentalmente en el  Cuatripartito, de Tolomeo, y en este libro -según ellos- se emplea para deducir la influencia de los astros a partir de un la acción del Sol y de la Luna sobre la Tierra. Pero el procedimiento para establecer la influencia de los planetas y estrellas no es correcto : «Para los astros distintos del Sol y de la Luna -dice- hay dos modos de operar. El primero, poco satisfactorio, consiste en remitirse a la tradición y a las autoridades en la materia. El segundo recurre a ciertas hipótesis y al empirismo, comparando los astros de uno en uno con el Sol, cuya naturaleza e influencia nos son conocidas.  Se pasa a observar si la virtud y el temperamento del Sol se refuerzan cuando uno u otro están en conjunción con él. Si es así, eso demuestra que la naturaleza de ese astro concuerda con la del Sol. En caso contrario es que ambas naturalezas se oponen. Cuando se conoce la virtud individual de cada astro se puede deducir lo que ocurre cuando están en los distintos aspectos: trígono, cuadratura, etc. Todo eso se deduce de la naturaleza de los signos del Zodíaco por comparación con el Sol. Es así como llegan a conocerse todas las influencias de los astros que actúan de modo evidente sobre la atmósfera. Así se obtiene una disposición de ésta (mizâÿ al-hawa') que se transmite a sus capas inferiores e impregna el esperma y los gérmenes. Ese humor pasa a ser como un estado (hâl) del cuerpo y del alma...».

Pero estas afirmaciones son muy discutibles, pues es imposible determinar las características de los cinco planetas: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno por comparación con el Sol, ya que éste es muchísimo más grande que todos ellos, razón por la cual, y contra la hipótesis de Tolomeo, el aumento o disminución de la fuerza del Sol, en el momento de encontrarse en conjunción con uno cualquiera de ellos, es inapreciable con los métodos de que disponía la ciencia de aquel entonces.

El único sistema medianamente seguro para poder hacer predicciones  astrológicas consistiría en observar las influencias que han ejercido los astros siempre que se han encontrado en posiciones idénticas. Pero estas observaciones son prácticamente imposibles de realizar, ya que las revoluciones de los astros duran muchísimo tiempo; que jamás se reproducen exactamente las mismas posiciones y que, aunque así fuera, la suma de la vida de todos los hombres no bastaría para tomar nota de ellas.

La razón y la tradición Islámica coinciden, pues, en negar el carácter de ciencia a la Astrología judiciaria, cuyo estudio debe prohibirse por atentar contra la shari’a (los usos de los musulmanes). Y también contra la organización del Estado, ya que con  frecuencia se han hecho predicciones sobre la evolución futura de los asuntos públicos -Ibn Jaldún confiesa haber sido testigo de ello más de una vez- que han sido aprovechados por los enemigos del poder constituido para desencadenar alteraciones del orden.

La refutación de la Alquimia es de otra índole y mucho más dura que la de la Astrología. Ibn Jaldún admite apriorísticamente y de entrada que sus cultivadores son gentes incapaces de ganarse la vida como el resto del mundo; ineptos totales para ejercer oficios prefieren enriquecerse rápidamente gradas a la Alquimia. Son, en suma, unos pobres hombres, y los filósofos que les siguen, también. Así se explica que Avicena, enemigo  de la Alquimia, fuera un hombre rico, mientras que al-Farabi, que creía en ella, fuera uno de esos desgraciados que no llegan a nada en la vida. Y esto por lo que se refiere a quienes de buena fe creen en la posibilidad de llevar a la práctica sus ideas, puesto que muchos otros son puros falsarios: saben realizar aleaciones que se confunden fácilmente con la plata y que sólo pueden distinguir los muy expertos. Con ellas realizan falsificaciones de moneda, dando cobre por plata y plata por otro, y así se hacen merecedores de la pena legal prevista para los ladrones : el corte de las manos.

En las clasificaciones de las ciencias se acostumbran a incluir disciplinas que si hoy en día gozan de ese rango dado el rigor con que se cultivan, en aquel entonces se presentaban en un estado tan embrionario que la experimentación se mezclaba con la fantasía o la tradición.  Citemos, como único ejemplo, el de la oneirología, que trata de la interpretación de sueños. Esta ciencia anclada sólidamente en los precedentes griegos representados por la traducción de la Oneirocrítica, de Artecudoro de Efeso, realizada por Hunayn ben Ishaq, gozaba del apoyo de los alfaquíes, quienes no podían olvidar que en el propio Corán se consagraba una sura la vida de José como ministro e intérprete de los sueños del Faraón, y que la sura admitía que su Muhammad (s.a.s.), había recibido parte de sus revelaciones en sueños. De aquí que conociera un rápido desarrollo que se debió, sobre todo, al legendario Ahmad ben Sirîn (m. 1101728), al cual se ha querido comparar recientemente con Freud, y cuya obra, Kitâb ar-ru'ya fue vertida del árabe al griego alrededor del año 1000 y de esta lengua al latín por el pisano Leo Tuscus, secretario del emperador bizantino Manuel I Comneno en 1176.

Porque una de las principales características de la Ciencia Islámica  es la de su rápida trasvasación a otras lenguas. Ya antes de que hubiera  llegado a su plenitud se realizaban traducciones al griego -como la que acabamos de señalar- o al latín, como las versiones rivipollenses del siglo X. Pero esas traducciones no se hicieron ni de un modo continuo ni sistemático: las traducciones latinas del siglo X fueron seguidas por las hebreas del XI; éstas por las latinas y hebreas del XII, siguiendo luego las castellanas del XIII y luego las catalanas del XIII y XIV, etc. La temática preferida no fue siempre la misma, predominando unas u otras materias según el talante propio de cada traductor. Igualmente hay que señalar que con frecuencia se llegó al estadio final de esas traducciones no de un modo directo, sino mediante el sistema de traducción denominado comúnmente de cuatro manos: un mozárabe traducía del árabe al romance oralmente y un clérigo trasvasaba sus palabras al latín. A veces, la versión final recorría un camino todavía más complicado que contenía mayor número de lenguas interpuestas. Así, por ejemplo, las Tablas toledanasfueron vertidas primero al latín, y a partir de esta lengua, al griego ( 1340).

Es lógico que estas versiones fueran vistas de reojo por los musulmanes -ahí está el texto de Ibn ‘Abdún prohibiendo que se vendan  libros musulmanes a judíos y cristianos, porque éstos los ponen a nombre de sus obispos y así roban su paternidad a los mismos musulmanes-. Pero  por mal visto que estuviera este tráfico muchas veces fue inevitable. Así, Ramón Llull obligó a un esclavo a enseñarle el árabe o, lo que es mucho más interesante, sabemos que esa suerte fue la corrida por los intelectuales -alfaquíes, matemáticos, astrónomos- que caían prisioneros en manos de los cristianos. Baste como botón de muestra un simple ejemplo que confirma las palabras de Ibn ‘Abdún. Al-Zuhri de Almería, autor de una Geografía escrita a mediados del siglo XII, nos dice:
         «Nos informó Abú-l-Qasim Muhammad ben ‘Abd al-Rahman ar- Ruway, que era uno de los amigos de al-Musta’in billah Sayf ad-Dawla,  que fue hecho prisionero y transportado a Roma y Constantinopla. Era  hombre de claro entendimiento, experto en jurisprudencia, literatura y  ciencias exactas. El cristiano que se adueñó de él era un sacerdote de su país, quien le dijo: "Ven conmigo a Santa María y allí te dejaré en libertad".. Se lo llevó consigo, tanto por su sabiduría como por sus conocimientos científicos. Refiere este hombre que en su compañía visitó Jerusalén en el año 541/1146, año en que estaba en manos de los cruzados. En el año 459/1154 le pregunté en la ciudad de Segura...»

 Es cierto que en los siglos XIV, XV y XVI disminuye el número de  traducciones realizadas del árabe a otras lenguas. Pero el peso de las que  ya existían era muy notable y se hizo sentir aún más a partir de la aparición de la imprenta, puesto que buena parte de ellas, sobre todo las de carácter científico, fueron editadas reiteradamente y sirvieron de libros de texto en numerosas universidades europeas, en las que se formó lo más granado de la intelectualidad de la época, dando así origen al Renacimiento científico, ya que no al literario que es otra cosa, de los siglos XVI y XVII: recordemos, simplemente, que el libro de Alhacén fue el texto fundamental de Óptica hasta los trabajos de Huygens ( 1695) y que Halley tuvo que aprender el árabe para realizar la edición príncipe de las obras de Apolonio  (1713).

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